Poesía

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lunes, 2 de junio de 2025

Tinta y fuego

Previo a dormir te escribo estos versos que merecen ser plasmados con tinta y fuego:

Escucho una pieza que me recuerda a  ti. Es una pieza dulce, similar al sentimiento de paz y deseo que se me acumula en mi pecho. Paz y deseo al verte, como si de un violín eufórico se tratara.

Escucho la pieza y tus manos se escurren sobre mi piel en mi imaginación, pues esos dedos parecieran creados por los mismos Dioses del Olimpo, formando una mano de nácar, y me gusta cómo la sostienes contra tu cara cuando me miras fijamente frente a un telón que nos separa. Tú escuchas, y yo  fijo mi mirada en tus ojos: un vado de agua esmeralda que me calientan como una taza de chocolatada. 

Tus ojos me calientan el alma, al verlos siento cómo el mundo se aquieta, y dulcemente, en crescendo, asciende mi deseo de comerte esos sutiles labios que tienes, de sentir las brasas de un beso, de pensarlo, de querer palparlo. 

Me aflige por dentro el no poder decir las palabras que callo por solemnidad y respeto que ante ti siento, y pienso… cómo me hubiese encantado haber encontrado tu rostro y el rizo de tus cabellos primero. 

Yo escribo estos versos, te pienso, y es en la noche cuando más lo pienso, una primavera eterna, las jacarandas florecientes adornando tu pelo. Pensarte me acalora el cuerpo, se siente bien, lo deseo. 

Pinceladas de rayos de sol en tu castaño pelo, un telón de fondo que nos separa de vernos, frente a frente, lo anhelo. Amo escribir estas palabras, amo lo que hago, amo entregar al mundo lo que por ti pienso y siento. 

Y quiero decirle al viento para que en una tormenta su silbido en tu ventana te susurre que me has hecho ver el mundo de colores distintos, que el gris puede ser verde grisáceo, sereno, paz, al mezclarse con el destello de tus ojos en una noche de invierno. Y que en un beso tuyo el gris ser pardo rojizo. 

Tantas palabras que se lleva el viento, murmullos que nacen en la oscuridad de la noche y que no se atreven en llegar a los oídos por la ansiedad que carcome a quienes ansían el deseo, pero les aflige de antemano el poder ser desdeñados, desairados. Si tan solo los ojos pudiesen hablar, mucha ansiedad e incertidumbre se pudiera evitar. Y es por ello que es preferible escribir y saber callar.