Estamos en un resto, tú
sentada a mi lado, y huelo
ese perfume celestial que
de tu cuello de nácar puedo
apreciar.
Yo aguanto mi deseo
de hacer algún malabar
que me permita rozar
tu piel, o de inventar
algo para jugar mientras
esperamos la carta del
resto bar.
Siento que el pecho me estalla
de tantas palabras que quisiera
decir sin verte ir. Callo mientras
clavo mi mirada en tus pupilas
aceitunadas, mediterráneas.
Un ola caliente se presta para
tomar a colación aquello que
por ti siento, mientras preparo
un discurso banal que te haga
reír, parecer normal.
Mas yo quiero beber cada
gota que mojan tus labios,
de tu jardín del Edén,
naufragando adentro tuyo,
hasta que acabes de jadear
de placer.
Y es que te deseo, y quiero…
te quiero, eso.
Sigue la charla en temas
banales, y quiero tomar
tu mano en la mía. Siento
cómo me enrojezco, de
cómo me pongo tenso, y
del dolor en el pecho.
Respiro hondo, y te miento
al decir que estoy bien,
mentirte al no decir que
miles de emociones recorren
como olas mi cuerpo.
Acaba la cena, y es hora de
irnos. Me muero por decir
que te quiero llevar a donde
podamos unirnos, pero la
vergüenza y el decoro me
ganan, y hasta tu puerta te
acompaño, y me despido
con un ligero beso en tu
mejilla, beso que a miel
sabe, beso que dejo ahí
en tu piel.
Y tú no tienes idea de que
te pienso como si fueses mía,
y tú allá, en tú recamara,
sin saber lo que yo siento,
que cada fibra mía anhela
ese aliento que transpiras.
Y tú allá, sin saber todo
aquello que me haces sentir.
Me haces hervir la sangre,
sintiendo mi pecho como si de
una fogata se tratase.
Y recuerdo ese respiro que
hice de tu boca de ese olor
a café, que tu última bebida fue.
Excelente y para ser el primero tiene mayor valor.
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